¿Por qué acompaño?

¿Por qué acompaño?

Porque soy mujer.  Y ésta debería ser la única razón pero nos enfrenta a un escenario donde parecería que las mujeres y los hombres están enfrentados permanentemente  y no siempre es así, porque hay hombres que acompañan a las mujeres en el proceso de interrumpir un embarazo y porque también hay mujeres que no están de acuerdo con el hecho de que las mujeres decidan interrumpirlo y lo manifiestan y luchan por imponer su punto de vista, a costa de la vida de otras mujeres.  Entonces el hecho de ser mujer no es razón suficiente, pero no voy a tratar de explicar qué significa ser mujer en un  mundo masculino sino mejor intentaré clarificar qué me significa “Participar en los sentimientos de otro”.

En este caso no se trata de “otro” como dice la definición, sino de “Otras”, que son mujeres a las que conozco en la parte final de un proceso que inició cuando se sintieron o supieron que estaban embarazadas, momentos que les provocaron sentimientos encontrados, principalmente porque tuvieron que luchar contra siglos de sentencias heredadas por parte de las mujeres (que la mayoría de veces son las propias madres de las “Otras”), que imponen la obligatoriedad de ser madres, de disfrutar la maternidad casi desde el momento mismo de la concepción, que indican que el educar y formar hijos es la tarea más importante de la vida de una mujer y, principalmente, que desde el momento en que se conoce el embarazo la vida debe estar pendiente de ese “nuevo ser” así, entre comillas, porque parece que desde la concepción ya se trata de una “nueva persona” y el ser de la mujer embarazada pasa a estar supeditado a la existencia y bienestar de esa “nueva persona”.

Pero continuemos con las “Otras”. No podemos faltarle al respeto a las mujeres cuestionando su decisión de no continuar con un embarazo, pero sabemos que no es una decisión fácil y que cuando buscan ayuda es porque ya decidieron o necesitan información para terminar de tomar la decisión.  En este punto hacemos un paréntesis para acotar que, parte de la devolución que recibo por ser acompañante, es el compartir este proceso de su vida, proceso que puede haber sido de unos cuantos días o unas cuantas semanas, pero eso sí, ha sido tiempo que las ha tenido inmersas en emociones encontradas, dudas, miedos, angustia, soledad (a veces inmensa), desamparo, no saber para dónde voltear, en qué hombro recargarse para encontrar apoyo y, cuando encuentran apoyo, textualmente han expresado que “han visto una luz al final del túnel”.  Este túnel ha resultado más tortuoso para quienes son menores de edad porque le agregan el grandísimo temor de que sus padres o hermanos se enteren y las corran de casa, las entreguen a las autoridades en caso de que manifiesten su deseo de interrumpir el embarazo, las saquen de la escuela, las obliguen a casarse o, mínimo, las maltraten físicamente, con secuelas que pueden ocasionarles la muerte.

En cuanto llegan a la Ciudad de México es cuando inicia mi “acompañamiento”, presentándome y presentándoles una ciudad que, en la mayoría de ocasiones, es la primera vez que visitan y, como es lógico, es impactante. 

Por la preparación recibida y por la experiencia en mis acompañamientos, he estado aprendiendo a escuchar, a observar, a saber cuándo y cómo desean hablar de su decisión y cuándo sólo quieren que todo acabe, sin saber más nada de todo ese proceso que las ha llevado a conocer otra cara (más real) de muchos de sus seres queridos, empezando por su pareja (cuando no se trata de violación); proceso que las enfrenta a la ruptura de la relación y las deja en un estado de indefensión que no saben cómo enfrentar. 

Este aprendizaje me ha permitido conocer más mis debilidades, darme cuenta de que seguía instalada en una posición que me permitía etiquetar a otras personas y el ser acompañante de quienes no conozco, de quienes están en situación de vulnerabilidad, de quienes depositan sus expectativas de apoyo en un momento difícil, me ha enriquecido como persona, como mujer, me ha dado la oportunidad de seguir aprendiendo a escuchar, a sentirme capaz de ofrecer un hombro para que alguien se desahogue, de ofrecer oídos para que compartan su historia y, al final de su proceso, de brindar un abrazo solidario a cambio de una sonrisa y una mirada donde se combinan la confianza de empezar una nueva vida sabiéndose acompañadas, a dejar de sentirse menos “Otras”, sabiendo que hay otras mujeres que las podemos respetar y apoyar en sus decisiones.

Autora: 
Laura (Acompañante del Fondo MARIA)